El espectador
La mayoría de los seres humanos no comprendemos la grandeza que existe en un solo instante. No es una cuestión compleja, pero un solo segundo puede bastar para cambiarlo todo en la vida.
Resulta romántico pensar que una mirada detiene el mundo y que en una lagrima caben un sin fin de emociones; existe una divergencia dentro del espectador, el debate constante, en ciertos momentos permitir la privacidad es lo correcto; pero, la emoción de ese solo instante invade todo a su alrededor, y no hay donde estar lo suficientemente lejos para evitarlo, ni siquiera se esta convenientemente oculto, pero esa es la labor del Espectador, estar ahí, ser el testigo mas fiel de lo que acontece, al no estar inmerso en el momento, se atestigua de una forma mas pura el instante preciso en el que los momentos suceden, no importa si se trata de lo caótico, lo catastrófico o de lo simple y llanamente hermoso.
La intimidad del momento se pierde cuando el espectador interviene, deja de serlo y se convierte en el disruptor, es incomodo, pero necesario, extender ese maravilloso o doloroso instante por mas tiempo, lo regresa a lo común y lo vuelve cotidiano.
En ciertas situaciones de la vida, sobre todo para quienes experimentan el dolor mas grande, la normalidad seduce, aunque muy en fondo y perfectamente visible en la superficie, la normalidad se convierte un mito; Es claro como el agua que el dolor no se apacigua fácilmente, y aunque para algunos todo aquello que resulte confortable sirve de anestesia, la culpa siempre acecha, las dudas surgen, el laberinto que es la mente entra en un ciclo que se vuelve perverso, ¿es acaso la felicidad algo que no se merece?
El que se bate a duelo con la muerte y no, no se trata de la muerte, hacerlo así es desperdiciar el tiempo y las fuerzas. El duelo, siempre debe ser contra uno mismo, es una lucha interna, no todo mundo gana, hay quienes se baten constantemente, es acertado intuir qué en realidad el duelo nunca se gana, pero se llega a la tregua, los recuerdos abruman de forma asidua, las caras se transforman, las voces se mimetizan y los lugares, los lugares son los peores, olores, sabores, ¿es que acaso la tortura no termina?
El espectador desea volver a serlo, volver al rincón del testigo y salir del banquillo del los acusados. Si el Espectador pudiera separar el sentimiento propio del ajeno, dejaría de ser humano.
Comentarios
Publicar un comentario